miércoles, 30 de septiembre de 2009

Biografía Francisco de Goya y Lucientes



Goya nació en la pequeña localidad aragonesa de Fuendetodos (cerca de Zaragoza) el 30 de marzo de 1746. Su padre era pintor y dorador de retablos y su madre descendía de una familia de la pequeña nobleza de Aragón . Poco se sabe de su niñez. Asistió a las Escuelas Pías de Zaragoza y comenzó su formación artística a los 14 años, edad a la que entró como aprendiz en el taller de José Luzán, pintor local competente aunque poco conocido, donde Goya pasó casi cuatro años.
En 1763 el joven artista viajó a Madrid con la esperanza de ganar una beca de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, ayuda que no conseguiría ni en esta ocasión ni en 1766, año en que lo intentó de nuevo. En la capital de España trabó amistad con otro artista aragonés, Francisco Bayeu, pintor de la corte que trabajaba en el estilo académico introducido en España por el pintor alemán Anton Raphael Mengs. Bayeu (con cuya hermana, Josefa, habría de casarse en 1774) tuvo una enorme influencia en la formación temprana de Goya y a él se debe que participara en encargos importantes para la basílica de Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza, los frescos del coreto y la bóveda Regina Martirum (1772, 1780–1782), y que se instalara más tarde en la corte
A finales de 1769 Goya parte hacia Italia, donde permanece aproximadamente hasta junio de 1771. Su actividad durante esa época es relativamente desconocida; se sabe que pasó algunos meses en Roma y visitó Venecia, Bolonia, Génova, Módena y Ferrara, entre otras ciudades. En mayo de 1771, se presentó a un concurso convocado por la Real Academia de Parma, en el que obtuvo una mención del jurado.
A su vuelta a España, se instaló en Zaragoza, donde realizó los frescos de la bóveda Regina Martirum de la basílica del Pilar y las pinturas murales del oratorio del palacio de Sobradiel (1772). De 1774 son las pinturas al óleo sobre muro de la iglesia de la Cartuja de Aula Dei, cerca de Zaragoza, que ya anticipan el estilo que desarrollará en los magníficos frescos de la ermita de San Antonio de la Florida en Madrid, en 1798. En esta última fecha comenzó a hacer grabados a partir de la obra de Velásquez que, junto con la de Rembrandt, sería su principal fuente de inspiración durante toda su vida.
Hacia enero de 1775 Goya se instaló definitivamente en Madrid en casa de su cuñado, Francisco Bayeu, y comenzó a trabajar para la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara. Los cartones que realizó desde esa fecha hasta 1792 fueron muy apreciados por la visión fresca y amable que ofrecían de la vida cotidiana española. Con ellos revolucionó la industria del tapiz que, hasta ese momento, se había limitado a reproducir fielmente escenas del pintor flamenco del siglo XVII David Teniers. La mayor parte de ellos se conservan en el Museo del Prado, como El quitasol (1777), La gallina ciega (1787) y La boda (1791–1792). Entre 1780 y 1782, pintó en el Pilar de Zaragoza la bóveda Regina Martyrum, una extraordinaria obra en la que da rienda suelta a su genio pese a la censura de Bayeu y la disconformidad de los miembros del cabildo con su trabajo.
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En 1789 Goya fue nombrado pintor de cámara por Carlos IV y en 1799 ascendió a primer pintor de cámara junto a Mariano Salvador Maella. Goya disfrutó de una posición privilegiada en la corte, hecho que determinó que el Museo del Prado de Madrid heredara una parte muy importante de sus obras, entre las que se incluyen los retratos oficiales y los cuadros de tema histórico. Estos últimos se basan en su experiencia personal durante la Guerra de la Independencia Española (1808–1814) y trascienden la representación patriótica y heroica para crear una salvaje denuncia de la crueldad humana.
Algunos de los retratos más hermosos que realizó de sus amigos, de personajes de la corte y de la nobleza datan de la década de 1780. Entre ellos se encuentran obras como Carlos III, cazador (1786–1788), Los duques de Osuna y sus hijos (1788), ambos en el Museo del Prado de Madrid, o el cuadro La Marquesa de Pontejos (c. 1786, Galería Nacional, Washington); en todos ellos emplea una paleta de colores muy luminosa y un estilo heredero de la pintura Velázquez.
Dos de sus cuadros más famosos, obras maestras del Prado, son La maja desnuda (1790–1800) y La maja vestida (1802–1805). Del año 1800 son también La condesa de Chinchón (adquirido por el Museo del Prado en el año 2000), uno de los retratos más hermosos y delicados de la historia del arte, y La familia de Carlos IV (Museo del Prado), donde se muestra a la familia real con una sencillez y honestidad muy apartadas de la habitual idealización.
En el invierno de 1792, durante una visita al sur de España, Goya contrajo una grave enfermedad que le dejó totalmente sordo y marcó un punto de inflexión en su expresión artística. Entre 1797 y 1799 dibujó y grabó al aguafuerte la primera de sus grandes series de grabados, Los caprichos, en los que, con profunda ironía, satiriza los defectos sociales y las supersticiones de la época. Otras series posteriores, como Los desastres de la guerra (Fatales consecuencias de la sangrienta guerra en España con Bonaparte y otros caprichos enfáticos), de 1810, y Los disparates (1820–1823), presentan comentarios aún más cáusticos sobre los males y locuras de la humanidad.
Los horrores de la guerra dejaron una profunda huella en Goya, que contempló personalmente las batallas entre soldados franceses y ciudadanos españoles durante los años de la ocupación napoleónica.
En 1814 realizó El 2 de mayo de 1808 en Madrid: la lucha con los mamelucos y El 3 de mayo de 1808 en Madrid: los fusilamientos en la montaña del Príncipe Pío (ambos en el Museo del Prado). Estas pinturas reflejan el horror y el dramatismo de las brutales masacres que tuvieron lugar en Madrid durante la guerra a manos de grupos de soldados franceses y egipcios (mamelucos). Ambas están pintadas, como muchas de las últimas obras de Goya, con gruesas pinceladas de tonalidades oscuras matizadas por refinados toques de amarillo, ocre y carmín.
Al finalizar la guerra de la Independencia, Vicente López fue nombrado primer pintor de cámara de la corte y Goya quedó relegado por el estilo más decorativo y amable del pintor valenciano.
El descenso en el número de encargos marcó su evolución a partir de entonces. De esa época son La última comunión de san José de Calasanz (1819, iglesia de San Antón, Madrid), uno de sus principales cuadros religiosos, y la célebre serie de Pinturas Negras (c. 1820, Museo del Prado), llamadas así más por su contenido que por su colorido. Originalmente estaban pintadas al fresco en los muros de la casa que Goya poseía en las afueras de Madrid y fueron pasadas a lienzo en 1873. Destacan, entre ellas, Saturno devorando a un hijo (c. 1821–1823) y Aquelarre, el gran cabrón (1821–1823). Con predominio de los tonos negros, castaños y grises, constituyen un amarga denuncia de los aspectos más oscuros del ser humano y demuestran que su temperamento era cada vez más sombrío.
Este comportamiento se agravó a raíz de la situación política de España durante la primera etapa del reinado absolutista de Fernando VII y el Trienio Liberal (1820–1823), por lo que en 1824, tras el fin de las esperanzas progresistas, decidió instalarse en Francia. En Burdeos trabajó la técnica, entonces casi desconocida, de la litografía, con la que realizó una serie de escenas taurinas (Los toros de Burdeos), de corte expresionista, consideradas entre las mejores de su género.
Aunque realizó una breve visita a Madrid en 1826, murió dos años más tarde en Burdeos, en la noche del 15 al 16 de abril de 1828. Un año antes había pintado La lechera de Burdeos (1827, Museo del Prado), una obra clave en la historia de la pintura que anticipa el impresionismo. Goya no dejó herederos artísticos inmediatos, pero su influjo fue crucial en los grabados y en la pintura de mediados del siglo XIX y en el arte del siglo XX.




Cuadros de Francisco de Goya

El paseo por Andalucía (1777)
El quitasol (1777)
El cacharrero (1779)
La nevada (1786)
La vendimia (1786–1787)
Don Manuel Osorio Manrique de Zúñiga, niño (hacia 1787)
La pradera de San Isidro (1788)
Autorretrato en el taller (1790 - 1795)
La Duquesa de Alba y la dueña o La Duquesa de Alba y la "beata" (1795)
El Aquelarre (1797-1798)
La maja desnuda (1790-1800)
La familia de Carlos IV (1800)
La maja vestida (1802-1805)
Retrato de Isabel Porcel (h. 1805)
El coloso (1808-1812)
Pavo desplumado (entre 1810 y 1823)
El dos de mayo de 1808 en Madrid o La carga de los mamelucos (1814)
El tres de mayo de 1808 en Madrid (1814)
El entierro de la sardina (1812-1819)
El Aquelarre (1819-1823)
Duelo a garrotazos (1819-1823)
Perro semihundido (1819-1823)
Saturno devorando a un hijo (1819-1823)
Visión fantástica o Asmodea (1819-1823)
Análisis de conjunto
Desde 1820 Goya es cada vez más apreciado por sus contemporáneos cuando aborda el estilo de lo Sublime Terrible en que se enmarcan estas obras. El concepto fue desarrollado por Edmund Burke en A Philosophical Enquiry into the Ideas of the Beautiful and Sublime (1757), y se extendió por toda Europa en la segunda mitad del siglo XVIII. Con la mentalidad romántica se estima la originalidad en el artista por encima de cualquier otro concepto y autores como Felipe de Guevara señalan el gusto contemporáneo por las producciones de los melancólicos saturninos, cuyo temperamento les lleva a producir obras llenas de «terribilidades y desgarros nunca imaginados».
Hay consenso entre la crítica especializada en proponer causas psicológicas y sociales para la realización de las Pinturas Negras. Entre las primeras estarían la conciencia de decadencia física del pintor, más acentuada si cabe a partir de la convivencia con una mujer mucho más joven, Leocadia Weiss, y sobre todo las consecuencias de la grave enfermedad de 1819, que postró a Goya en un estado de debilidad y cercanía a la muerte que refleja el cromatismo y el asunto de estas obras.
Desde el punto de vista sociológico, todo apunta a que Goya pintó sus cuadros a partir de 1820 —aunque no hay prueba documental definitiva— tras reponerse de su dolencia. La sátira de la religión (romerías, procesiones, la Inquisición) o los enfrentamientos civiles (cómo sucede en Duelo a garrotazos o las tertulias y conspiraciones visibles, al parecer, en Hombres leyendo; e incluso teniendo en cuenta una interpretación en clave política que podría desprenderse del Saturno: el Estado devorando a sus súbditos o ciudadanos) concuerdan con la situación de inestabilidad que se produjo en España a partir del levantamiento constitucional de Fernando Riego. De hecho, el periodo 1820-1823 coincide cronológicamente con las fechas de realización de la obra. Cabe pensar que los temas y el tono de estos cuadros fueron posibles en un ámbito de ausencia de censura política, que no se dio durante las restauraciones monárquicas absolutistas. Por otro lado, muchos de los personajes de las Pinturas Negras (duelistas, frailes, monjas, familiares de la Inquisición) representan el mundo caduco anterior a los ideales de la Revolución Francesa.
Temas de Francisco Goya
No se ha podido hallar, pese a los variados intentos en este sentido, una interpretación orgánica para toda la serie decorativa en su contexto original. En parte porque la disposición exacta está aún sometida a conjeturas, pero sobre todo porque la ambigüedad y la dificultad de encontrar el sentido exacto de muchos de los cuadros en particular, hacen que el significado global de estas obras sean aún un enigma. Así y todo, hay varias lineas interpretativas que conviene tener en cuenta.
Glendinning señala que Goya orna su quinta ateniéndose al decoro con que se realizaban los palacios de la nobleza y la alta burguesía. Según estas normas, y considerando que la planta baja servía como comedor, los cuadros deberían tener una temática acorde con el entorno: debería haber escenas campestres —la villa se situaba a orillas del Manzanares y frente a la pradera de San Isidro— y bodegones y representaciones de banquetes alusivos a la función del salón. Aunque el aragonés no trata estos géneros explícitamente, Saturno devorando a un hijo y Dos viejos comiendo sopa remiten, aunque de forma irónica y con humor negro, al acto de comer. Además Judith mata a Holofernes tras invitarle a un banquete. Otros cuadros invierten la habitual escena bucólica y se relacionan con la cercana ermita del santo patrón de los madrileños: La romería de San Isidro, La peregrinación a San Isidro en incluso La Leocadia, cuyo sepulcro puede relacionarse con el cementerio anejo a la ermita.
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Desde otro punto de vista, la planta baja, peor iluminada, contiene cuadros de fondo mayoritariamente oscuro (excepto La Leocadia, si bien viste de luto y aparece en la obra una tumba, quizá la del propio Goya). En ella es muy abundante la presencia de la muerte y la vejez del hombre. Incluso la decadencia sexual, según se interpreta freudianamente la relación con mujeres jóvenes que sobreviven e incluso castran al hombre (Leocadia y Judith respectivamente). Los viejos comiendo sopa, otros dos "viejos" en el cuadro de formato vertical homónimo, el avejentado Saturno... representan la figura masculina. Saturno es, además, el dios del tiempo y la encarnación del carácter melancólico, relacionado con la bilis negra, en lo que hoy llamaríamos depresión.
En la segunda planta Glendinning aprecia un contraste entre la risa y el llanto (la sátira y la tragedia) y entre los elementos de la tierra y el aire. Para la primera dicotomía Hombres leyendo, con su ambiente de seriedad, se opondría a Mujeres riendo; estos son los dos únicos cuadros oscuros de la sala y marcarían la pauta —el espectador los contemplaba al fondo de la estancia al acceder a ella— de las oposiciones de los demás. Así en las escenas mitológicas de Asmodea y Átropos se percibiría la tragedia, mientras que en otros, como la Peregrinación del Santo Oficio vislumbramos una escena satírica. En cuanto al segundo de los contrastes, hay figuras suspendidas en el aire en los dos cuadros antes mencionados y hundidas o asentadas en la tierra en el Duelo a garrotazos y en el Santo Oficio. Pero ninguna de estas hipótesis soluciona satisfactoriamente la búsqueda de una unidad en el conjunto de los temas de la obra analizada.
Estilo de Francisco Goya
En todo caso la única unidad constatable entre estos óleos son las constantes de estilo. La composición de estos cuadros es muy novedosa. Las figuras suelen aparecer descentradas, siendo un caso extremo Cabezas en un paisaje, donde cuatro o cinco cabezas se arraciman en la esquina inferior derecha del cuadro, apareciendo como cortadas o a punto de salirse del encuadre. Tal desequilibrio es una muestra de la mayor modernidad compositiva. También están desplazadas las masas de figuras de La romería de San Isidro —donde el grupo principal aparece a la izquierda—, La peregrinación del Santo Oficio —a la derecha en este caso—, e incluso en El Perro, donde el espacio vacío ocupa la mayor parte del formato vertical del cuadro, dejando una pequeña parte abajo para el talud y la cabeza semihundida. Desplazadas en un lado de la composición están también Las Parcas, Asmodea, e incluso originalmente, El Aquelarre, aunque tal desequilibrio se perdió tras la restauración de los hermanos Martínez Cubells.
Muchas de las escenas de las Pinturas Negras son nocturnas, muestran la ausencia de la luz, el día que muere. Se aprecia en La romería de San Isidro, en el Aquelarre, en la Peregrinación del Santo Oficio (una tarde ya vencida hacia el ocaso), y se destaca el negro como fondo en relación con esta muerte de la luz. Todo ello genera una sensación de pesimismo, de visión tremenda, de enigma y espacio irreal.
Las facciones de los personajes presentan actitudes reflexivas o extáticas. A este segundo estado responden las figuras con los ojos muy abiertos, con la pupila rodeada de blanco, y las fauces abiertas en rostros caricaturizados, animales, grotescos. Contemplamos el tracto digestivo, algo repudiado por las normas académicas. Se muestra lo feo, lo terrible; ya no es la belleza el objeto del arte, sino el pathos y una cierta consciencia de mostrar todos los aspectos de la vida humana sin descartar los más desagradables. No en vano Bozal habla de una capilla sixtina laica donde la salvación y la belleza han sido sustituidas por la lucidez y la conciencia de la soledad, la vejez y la muerte.
Como en todas las Pinturas Negras, la gama cromática se reduce a ocres, dorados, tierras, grises y negros; con sólo algún blanco restallante en ropas para dar contraste y azul en los cielos y en algunas pinceladas sueltas de paisaje, donde concurre también algun verde, siempre con escasa presencia.
Todos estos rasgos son un exponente de las características que el siglo XX ha considerado como precursoras del expresionismo pictórico. Y ello porque la obra de Goya tiene sentido sobre todo en la apreciación que han hecho sus críticos hasta la actualidad y en la influencia que la misma ha tenido en la pintura moderna. Puede decirse que en esta serie Goya llegó más lejos que nunca en su concepción revolucionaria y novedosa del arte pictórico.

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